Me he
muerto a mí misma
y eso me
conmueve en sobremanera.
Volver a
preparar mi desaparición
me consuela
y me desgasta.
Pero puedo
seguir la curva de mi brazo
lo que me
da la medida de mi soledad
y puedo
morderme el vientre de nuevo
lo que
enciende el sumidero
en el que
temo caer para siempre.
Amo este mi
cuerpo árido
sin
solicitud, con avaricia
mi negro
hombro infantil
que se
desplaza según el cielo
que diseña
todo invierno.
(No conozco
otra estación que el despojo).
Todavía no
me interrogo
sobre lo
que significa para mí
esta nueva
derrota en mi historia.
Me pregunto
cuántas veces aún
tendré que
ofrecer mi cuerpo
para
cambiar de nombre
y llamarme
solamente a mí
con mi
claridad desamparada
y mi oculta
herida sin balanza.
Me pienso a
veces
con el orgullo
de una estrella
y alguien
en mí se mofa del algodón
con un
canto de sirena entre los senos
no entiende
nada de las hormigas
ni del
placer de mirarse morir
matando lo
harto que todavía hay en mí
de niña
tierna y maternal.
Pocos son
los que comprenden el fuego que se está quemando
y que puedo
morir de verdad morir de verdad
sin un
signo de locura.
Blanca Wiethüchter
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