Cuenta el escritor Francesc Miralles que él,
siendo adolescente, estuvo enamorado de la cantautora Suzanne Vega. Me ha hecho
gracia su confesión porque yo también pasé por el trance de sentirme algo
embrujado, en su día, por la flacucha de Nueva York, esa artista que el gran
público recuerda -si lo hace- sólo por una canción, Luka, no la mejor de su repertorio. La señora Vega, que ahora tiene
48 felices años, no despertó en su día grandes pasiones entre el respetable
local, así que su club de fans tenía que se aquí forzosamente reducido, de culto, como dicen los que escriben de
estas cosas. Tal vez Miralles -al que no tengo el gusto de conocer- y un
servidor seamos los únicos a los que nos dio fuerte. Él, según cuenta en el Avui, llegó a enviarle un poema y -eso
es todavía mejor- fue contestado con una postal escrita directamente por la
bella. Yo no tuve tanto arrojo y me limité a intentar -sin decírselo- que mi
novia de entonces tuviera un aire cercano al de la chica que cantaba piezas oscuras
como Marlene on the wall.
La voz suavemente cabreada, castigadora a la
par que hipnótica, de Suzanne Vega nos enamoró, son cosas que han pasado toda
la vida. Canciones como Small blue thing
o Left of center siguen siendo como
habitaciones de motel en las que uno se quedaría pasando un semestre mirando el
techo. En 1987, cuando nos llegó esta música, también tomamos contacto, a través
de la inquieta editorial Columna de entonces, con autores norteamericanos como
Bret Easton Ellis y Jay McInerney. Eran libros de portadas rompedoras que
entraban por los ojos. Todo hablaba de Nueva York y ése era el lugar de destino
anhelado. En aquellos tiempos, por ejemplo, Sergi López todavía no era Sergi
López pero ya llevaba dentro todos los personajes de su ropero, a decir de los
viejos del lugar. El muro no había caído, la palabra posmodernidad aparecía en
los suplementos culturales, Jaume Lorés analizaba el país como nadie, y todos
poníamos cara de incredulidad crédula cuando alguien explicaba que el amigo de
un primo mayor que nosotros había muerto de sida.
Yo fui amante virtual de Suzanne Vega, como
Miralles, en aquellos ochenta que nos detestaron. El pasado junio, la
cantautora sacó un nuevo disco, Beauty&Crime,
después de seis años de silencio. Todavía no lo he escuchado y no sé si lo
haré. Volver a los viejos amores es muy arriesgado, qué les voy a contar que no
sepan ustedes y que no pueda teorizar mejor que yo, en estas páginas, el colega
Jordi Llavina. Además la Suzanne de la que yo me enamoré será siempre
veinteañera y tendrá siempre un rostro a medio camino del beso y la mala leche.
Francesc-Marc Álvaro
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