dijous, 12 d’octubre del 2017

La Dictadura Franquista


Pretendo mostrar el mundo que vi porque escucho hablar a jóvenes que desconocen por completo lo que pasó. Y a gente de mi quinta que tergiversa lo vivido según un prisma, diferente al mío, interesado, y llegan a llamar tiempos de extraordinaria placidez a momentos en los que la miseria de los que mandaban impregnaba la vida de todos, y que solo se pueden entender como de paz y armonía en las mentes de los que disfrutaban de privilegios que a los demás les hurtaban. (...) Eran tiempos de patriotas nostálgicos del imperio donde no se ponía el sol.

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Cuando terminó la guerra, el Régimen impuso unas normas implacables y los españoles que no pudieron escapar, o se quedaron por no tener donde ir, así como los del bando de los vencedores, defensores de aquel abyecto sistema, todos, decidieron mirar para otro lado. Se implantó el "si no te metes en líos no te pasará nada". El pueblo español decidió olvidarlo todo y sobrevivir. No se hablaba de la Guerra con los hijos, ni con los nietos. Solo en casa de los vencedores, de vez en cuando, para demonizar la República y criminalizar el bando de los vencidos, pero no era de buen gusto sacarla a relucir. Todos querían olvidar, los vencidos para sobrevivir en aquel mundo de terror sin sentirse miserables, y los vencedores para limpiar conciencia.

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Con la dictadura posterior al golpe de Estado de Franco se produjo una regresión brutal en la igualdad, que condujo a modos de convivencia ancestrales. La mujer pasó a ser, de nuevo, ciudadana de segunda clase. El matrimonio se convertía en una relación de sumisión. La mujer casada necesitaba la autorización del marido para poder trabajar, cobrar su salario, ejercer el comercio, abrir cuentas corrientes en bancos, sacar el pasaporte, el carné de conducir. La mujer soltera se equiparaba a la menor y no podía "abandonar la casa" sin el consentimiento paterno.

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El fascismo lo contaminaba todo, lo corrompía todo, lo jodía todo. No había por donde cogerlo. A pesar de que sus herederos, que hoy pueblan parte del hemiciclo, a los que les cuesta condenarlo más que sacarse una muela, se empeñen en atenuar la imagen de aquel tiempo, sus responsables no eran otra cosa que una gentuza inmisericorde que se forraba a costa de sembrar el odio, el abuso, el pánico, el dolor.

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... a principios de los años sesenta, (...) el simple hecho de sacarse el pasaporte era toda una aventura que requería, entre otros certificados, el de "penales". (...) También era obligatorio sacar el de "buena conducta", extraño certificado con el que se debía acreditar no solo un buen comportamiento, sino también  que uno no era un tipo sospechoso, siniestro, cuestión harto subjetiva y, al mismo tiempo, de un relativismo peligroso, ya que en tiempos de la dictadura la buena conducta no pasaba por una conducta ejemplar de cara a los vecinos, sino de la estrecha y severa moral que marcaba el nacionalcatolicismo salido de la cruzada victoriosa que alzó al caudillo de España a la categoría de dios.

El gran Wyoming - José Miguel Monzón

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