Recuerdo una anécdota que con el tiempo ha
vuelto a presentarse en mi vida por una vía insospechada. El padre de una
compañera de otra clase murió en extrañas circunstancias; al parecer, se había
suicidado. Luego corrió por los pasillos que lo del suicidio no estaba nada
claro y que aquel hombre estaba relacionado con un extraño caso de corrupción
que salió a la luz, cosa infrecuente en aquellos años. Me refiero a que saliera
a la luz, lo de la corrupción era inherente al sistema, por eso los hijos de
aquellos patriotas, patriotas también, como sus padres, la reproducen con
soltura. Son generaciones de latrocinio que marca genes.
Se conoció como el caso Redondela porque fue en
esa localidad donde se produjo un hurto de millones de kilos de aceite. En el
caso estaba implicado el hermano de Franco, Nicolás.
La presencia de tan alto personaje de la época
en aquel robo tuvo consecuencias trágicas para los actores, porque la cuestión
se resolvió por las bravas, con el resultado de siete muertos relacionados con
la investigación. Testigos que se iban suicidando de manera súbita, entre ellos
el funcionario que denunció el escándalo, su mujer y su hija de veintiún años
embarazada; el presidente del consejo de administración de la empresa del que también
formaba parte Nicolás Franco, llamado Isidro Suárez, que apareció desnucado
estando en prisión; y otros que aparecieron muertos a tiros sin más, como el
taxista que les llevó durante años de un sitio a otro y que, para su desgracia,
debió oír cosas que no debía.
Según relatan testimonios de la época, la
instrucción, de miles de folios que cuando se ha querido revisar dicen que se
perdieron en algún traslado, fue peculiar. El proceso se cerró en falso según
algunos y la sentencia de ese sumario de miles de folios, tras dos años y medio
de investigación, tardó en conocerse una semana. Con insólita rapidez llegó el
magistrado a sus conclusiones. Las investigaciones no llevaron sitio alguno, ni
siquiera probaron que hubiera desaparecido el aceite. La importancia de los
hechos y los muertos que quedaron en el camino hubieran merecido un proceso más
meticuloso, pero aquella España era lo que era y punto.
El juez del caso Redondela, por lo visto, se
portó con cierta benevolencia, descartando la participación de determinado
personajes implicados. Como concluyó el abogado que representaba a la
acusación, José María Gil-Robles, que se hizo cargo del caso de forma
desinteresada: "Ni están todos los que son, ni son todos lo que
están".
La papeleta para el magistrado no era fácil y
cumplió con sus obligaciones cualesquiera que estas fueran en una época en la
que los enchufes y los favores se tenían en cuenta.
Sus cuatro hijos sacaron las oposiciones más
difíciles a la primera, en un año. Los dos mayores fueron los registradores de
la propiedad más jóvenes de todos los tiempos. La tercera, mujer, también sacó
la oposición al registro, y el más pequeño, la de notario. Unos genios.
El nombre de aquel magistrado que dicen que
tapó lo que pudo, con el que Franco quedaría eternamente agradecido, es Mariano
Rajoy Sobredo. Su hijo, un genio cuya gesta opositora no se ha vuelto a
producir, se llama Mariano Rajoy Brey y llegó a presidente del Gobierno.
Siempre se ha tenido en cuenta en su currículum esa hazaña nunca superada. Bueno,
en realidad le atenúan un poco el mérito porqué se limitan a decir que fue el
primero de su promoción, pero su proeza es digna de mayor reconocimiento, es el
registrador más joven de la historia de España. Siempre se oculta este dato, es
una pena. Y ya, si juntamos todos los hermanos, podemos decir que nunca en la
historia de España ha existido una familia de superdotados tan espectacular. Tamaña
humildad les honra.
El gran Wyoming - José Miguel Monzón