Los seres humanos -piensa el gato- tienen una irremediable tendencia a
entender las cosas al revés. Por ejemplo, si ven un libro que se titula Lo que aprendemos de los gatos,
probablemente creerán que se trata de lo que los humanos pueden aprender acerca
de los gatos, para conocerlos mejor (cosa que, dicho sea de paso, tampoco
estaría de más); sim embargo, para que cualquiera pueda ser capaz de pensar con
claridad, resulta evidente que Lo que
aprendemos de los gatos significa otra cosa: lo que los humanos pueden
aprender a partir de los gatos, es decir, lo que los gatos pueden enseñarles.
Este tipo de errores se producen porque los humanos parten de la absurda
creencia de que son animales superiores, cuando todo el mundo sabe que los
animales superiores son los gatos.
Los gatos tienen mucho que enseñarnos, pero para ello hace falta que
estemos atentos y dispuestos a aprender. Son cariñosos, pero nunca sumisos, así
que nos enseñan a pactar nuestra convivencia día a día. Confiados sólo si
sabemos ganárnoslo poco a poco, ejercitando la virtud de una conquista
paciente. Domésticos e independientes, como fieras aclimatadas a nuestro
hábitat. Los creemos indefensos, pero en realidad están mucho más preparados
para sobrevivir que nosotros. Bajo su piel de seda se ocultan las garras de una
fiera y un cuerpo atlético envidiable. Y, cuando los vemos jugar, exhibiendo su
magnífica forma física, o dormir plácidamente sobre nuestro sillón favorito
(sí, ese sillón donde los gatos nunca nos dejaron sentarnos) envidiamos también
su capacidad para vivir intensamente ese instante; sin atormentarse, como
hacemos nosotros, por un pasado que ya no existe y un futuro que tal vez no
llegue.
Paloma Díaz-Mas
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